miércoles, 16 de mayo de 2007


II

Olvidar en un golpe de viento y de hojas

las cicatrices que la angustia en el pecho dejara.

Con sólo pensar en esa tristeza que tuve

se me llenan los ojos nocturnos de mar.

De sólo pensar en un árbol abandonado

se me caen despacio las hojas del alma.

De escuchar la soledad de la lluvia

naufrago de pronto en vaso de agua.

De sentir a veces la noche una herida,

con los grillos gitanos desangro las loicas.

Jamás sabrás, olvidanza, lo que siento

cuando con tu nombre de pronto tropiezo,

cada vez que transito por las tumbas vacías

bajo la clara hoz de la luna.

¡Olvidarlo todo en un puñado de tierra!

Vuelvo mi rostro hacia el poniente

y veo como se marcha lento el olvido.

Vuelvo mi corazón hacia la aurora

para cerrar heridas con el lucero que respiro.

Levanto en las olas desnudas mis sueños,

despliego mis velas y con dolor escribo,

“nací bajo la luz de una llama lejana

cuando los astros tiritaban de frío”.

Conocí el enojo breve y terrible de Dios

cuando desnudo expulsado fui del paraíso,

he muerto tantas veces en campo de Marte

como días y horas puede marcar un siglo.

Así como he muerto y me han matado

tantas veces también desnudo he nacido,

llevo marcado el pecado original en mi carne

porque una manzana me acuso haberla mordido.

Ahora, espero que el séptimo sello se rompa

tal vez antes que muera este largo milenio,

que nos anuncie con son de trompetas

¡Qué por fin nos ha llegado tu reino!

¡Lo que nos ha costado vivir esta espera!,

de no encontrarte un día en tu prisionero madero.