II
Olvidar en un golpe de viento y de hojas
las cicatrices que la angustia en el pecho dejara.
Con sólo pensar en esa tristeza que tuve
se me llenan los ojos nocturnos de mar.
De sólo pensar en un árbol abandonado
se me caen despacio las hojas del alma.
De escuchar la soledad de la lluvia
naufrago de pronto en vaso de agua.
De sentir a veces la noche una herida,
con los grillos gitanos desangro las loicas.
Jamás sabrás, olvidanza, lo que siento
cuando con tu nombre de pronto tropiezo,
cada vez que transito por las tumbas vacías
bajo la clara hoz de la luna.
¡Olvidarlo todo en un puñado de tierra!
Vuelvo mi rostro hacia el poniente
y veo como se marcha lento el olvido.
Vuelvo mi corazón hacia la aurora
para cerrar heridas con el lucero que respiro.
Levanto en las olas desnudas mis sueños,
despliego mis velas y con dolor escribo,
“nací bajo la luz de una llama lejana
cuando los astros tiritaban de frío”.
Conocí el enojo breve y terrible de Dios
cuando desnudo expulsado fui del paraíso,
he muerto tantas veces en campo de Marte
como días y horas puede marcar un siglo.
Así como he muerto y me han matado
tantas veces también desnudo he nacido,
llevo marcado el pecado original en mi carne
porque una manzana me acuso haberla mordido.
Ahora, espero que el séptimo sello se rompa
tal vez antes que muera este largo milenio,
que nos anuncie con son de trompetas
¡Qué por fin nos ha llegado tu reino!
¡Lo que nos ha costado vivir esta espera!,
de no encontrarte un día en tu prisionero madero.