Mirando
entrar la noche
por la proa
del Oeste
cuando el
crepúsculo es melancolía,
semilla
invisible son los pensamientos
que caen
entre los surcos húmedos
de un
horizonte que se hunde en el alquitrán
constelado
de estrellas frías y lejanas.
Siento una
presencia en el camino de mis venas,
pasos en los
aposentos de mi corazón,
dedos en mis
sentidos corriendo descalzos,
brisas
cálidamente aromáticas en mi silencio,
sombras
subiendo por la cal de mis recuerdos.
El mar
escribe sus salmos de sal y arena,
poemas que
anclan en el muelle del pecho,
desembarcan
las penas sus uvas
como besos
que nunca se han dado,
desembarcan
los anhelos sus cerezas maduras,
se acopian
en la bahía de la medianoche
como
hormigas ávidas de carne tibia
poemas de
verbos que queman y vulneran.
El viento va
con las golondrinas dejando primaveras,
la ciudad es
un frío cemento de sombras,
se arrastra
el silencio y dobla las esquinas,
raya los
muros del alba con los grillos poetas.
El lucero se
cuelga de la hoz de la luna,
tengo las
manos llenas de sus pétalos de cuarzo
y mientras
escribo con su tinta harina
sobre el
umbrío papel que enrolla la noche
“dibujo con
el viento
nostalgias
en forma de hojas y alondras,
porque en mi
sangre mi alma artesana
quiere
sembrar poesía”…
Walter
Pineda©2019
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